La reacción de los musulmanes españoles ante los acontecimientos del 11 de Septiembre ha sido clara. La Federación Española de Entidades Religiosas Islámicas (FEERI) emitió un comunicado en el que afirmaba que “hechos de este tipo violan no sólo los derechos humanos más elementales sino también las enseñanzas y principios más básicos del Islam.”
Dos semanas después del desastre del World Trade Center, un musulmán negro que conozco visitó una tienda de revistas situada a unos pocos bloques del lugar de la catástrofe. Los dueños de la tienda, que habían vuelto a abrir justo aquel día, eran cinco immigrantes senegaleses. Aquella mañana, una cliente, que conocía perfectamente que los dueños eran musulmanes, entró en la tienda, se acercó a ellos y les dijo: “ Que pena tan terrible lo que ha pasado. Pero no os preocupéis. Sabemos que los que lo hicieron no eran musulmanes. Eran wahhabis.”
El mundo occidental está ahora comenzando a comprender por qué el Wahbismo es tan impopular entre los musulmanes. Joseph Biden, presidente del Comité de Relaciones Internacionales del Senado, usualmente no muy dado a apreciaciones sutiles de la fe islámica, ha dicho que los “saudíes estan teniendo que comprar sus grupos exteremistas con el fin de autoperpetuarse … esencialmente, están financiando una parte significativa de eso con lo que ahora tratamos – el Islam descarriado.”
El destacado escritor andaluz Mansur Escudero, él mismo un veterano de la yihad afgana contra en terror soviético, reaccionó de la siguiente manera: “Sentimos un absoluto rechazo hacia toda forma de terrorismo, sea perpetrado por cualquier Estado, o proveniente de los desesperados del mundo. Bin Laden es visto como un producto del compromiso estadounidense con la monarquía saudí para combatir a la Unión Soviética. Pero ahí hay algo un poco más oscuro, que nos deja siempre al margen. Los gobernantes occidentales parecen siempre empeñados en señalar como interlocutores del Islam a los elementos más radicales. Ahora el nuevo ‘representante’ del Islam es un hombre cuyo poder proviene de los propios norteamericanos. Todo ello conduce a un falso diálogo que propicia la identificación del Islam con el fundamentalismo, a una dialéctica de enfrentamientos donde el Islam ‘brilla por su ausencia’.”
Según el periodista musulmán Stephen Schwartz, que escribe en el periódico inglés The Spectator, “Bin Laden es un extremista wahhabi, lo mismo que sus aliados egipcios, que, hace no muchos años, se regocijaban emitiendo blasfemos gritos de éxtasis, mientras apuñalaban a turistas extranjeros, con los brazos bañados en sangre. Y lo mismo ocurre con los terroristas islámicos argelinos, cuya gran contribución a la purificación del mundo ha consistido en asesinar a gente por pecados tales como utilizar un proyector de cine o leer periódicos seculares … la inmensa mayoría de musulmanes en el mundo … odia el wahhabismo porque éste significa una violenta quiebra con la tradición… Exponer las dimensiones de la influencia extremista saudí y wahhabi entre los musulmanes americanos pondría en un embarazoso compromiso a muchos cléricos islámicos en Estados Unidos.”
El análisis académico ha concluido también que el Islam saudí se encuentra en el centro de la crisis actual. Muchos estudios citan la tesis de 1998 del disidente saudí Nawaf Obeid, en Harvard. Dice este autor: “Según un oficial de alto rango del Ministerio de Justicia (Saudí), Sheij Mohammed bin Yubeir (actual presidente del Consejo Consultivo Saudí), que ha sido considerado como el ‘exportador’ del credo wahhabi en el mundo musulmán, era un decidido defensor de la ayuda a los talibán.”
Los simpatizantes con los ataques contra las Torres Gemelas reaccionan a la defensiva ante las obvias preguntas. Yusuf Rodríguez, al entrevistar a activistas pro-wahhabi en El Cairo, obtuvo esta respuesta: “¿Guerra justa? Les digo que la guerra santa tiene condiciones claras en el Islam, que no se puede matar a mujeres y niños. No encuentro una respuesta única. Unos dicen que esos no son musulmanes, otros dicen que, en circunstancias extremas , en guerras sin ejército, eso es inevitable, e incluso dudan de la inocencia de un pueblo que apoya la injusticia de sus gobernantes. ¿Se puede justificar así la muerte de cualquier americano? Te dicen que no atacaron al pueblo americano sino a sitios claves, símbolos del poder de sus dioses.”
La vehemencia wahhabi de este tipo – especialmente entre los árabes – no es ni mucho menos infrecuente, pese a su obvio alejamiento del fiqh ortodoxo y normal. Sin embargo, las bombas americanas no caen sobre las universidades saudíes en Medina y Riyadh, en cuyos laboratorios se diseñan las nuevas corrientes de wahhabismo, cargadas de odio. Ni tampoco figura Arabia Saudí en la lista de estados que apoyan el terrorismo, elaborada, de forma notablemente torpe, por los americanos. Los saudíes, como de costumbre, se libran de una crítica seria, pese a que los expertos están de acuerdo en señalar que, aunque tal vez ellos mismos nos sean la raíz del problema, sí que están, indudablemente, alimentándolo.
Los observadores musulmanes especulan acerca de las razones de esta extraña contradicción. Pocos creen que la política americana ignore aún tantas cosas acerca de la dinámica interna de Oriente Medio que simplemente no tenga ni idea acerca de la implicación de los wahhabis en el terrorismo internacional. La respuesta, sugieren, se halla en los intereses de la industria americana. Arabia Saudita es el aliado más importante de Estados Unidos en la lucha para mantener bajo el precio del petróleo. De forma no menos significativa, Arabia Saudí compra armamento americano, manteniendo así a flote la ingente industria armamentística cuyo futuro parecía amenazado por el final de la guerra fría.
Denis Holiday, el anterior Vicesecretario General de las Naciones Unidas, que dimitió en respuesta a las sanciones contra Iraq, realiza la siguiente observación: “Si atendemos a las ventas de armamento americano, Sadam Hussein es el mejor vendedor que existe. Calculo que más de 100 billones han sido vendidos a los Saudíes, Kuwaitíes, los Estados del Golfo, Turquía, Israel, etc. Y todo gracias a Sadam. Sólo la semana pasada, se vendieron 6.2 billones de dólares en aviación militar a los Emiratos Árabes Unidos. ¿Pará que diantre necesita un pequeño país un armamento como ese?” Claramente, esta es una gallina de los huevos de oro que los americanos van a resistirse a sacrificar.
Otros musulmanes sospechan que las razones de la indiferencia americana por el wahhabismo hay que buscarlas en una estrategia para acabar con el Islam mediante el apoyo a un movimiento que lo está destruyendo desde dentro. Jurshiddudin, responsable de una mezquita en Barcelona, sugiere, tal vez con cierta paranoia, que el Islam ortodoxo, con sus caminos espirituales y su rica herencia cultural e intelectual, es percibido como la verdadera amenaza para los Estados Unidos. Occidente, según esta opinión, permite que las universidades wahhabis continúen enviando sus misioneros por todo el mundo islámico, con el fin de eliminar cualquier dimensión de la religión que pudiese atraer a los occidentales, e interesar a la gente educada de los países musulmanes.
Jurshiddudin, que pasó algún tiempo en una universidad en Meca, para terminar por convertirse en un veterano crítico del extremismo, realiza también una observación puramente religiosa. Como otros musulmanes sunníes, Jurshiddudin cree que las actuales desgracias del mundo islámico prueban que, debido a la difusión de doctrinas falsas, los musulmanes han dejado de merecer el favor divino que un día les diese dominio sobre el planeta.
Jurshiddudin recuerda cómo “el Califa otomano Mehmet recibió el permiso divino para capturar Constantinopla cuando envió a sus derviches a la vanguardia del ejército, y estos llevaron a cabo una ceremonia sufí a la vista de los muros de la ciudad. En aquellos tiempos, había tantos awliya (santos) rezando por el ejercíto musulmán que el Islam salía victorioso incluso en sitios en los que nunca había vencido.”
El valiente Jurshiddudin insiste en que “debemos preguntarnos por qué las oraciones de estos extremistas no son respondidas. En Argelia, rezan todos los días por la destrucción del gobierno, pero sus oraciones son rechazadas. En Afganistán, rezan por la derrota de los americanos, pero sus oraciones son rechazadas. En Egipto, rezan por la muerte de Mubarak y los cristianos, pero sus oraciones son rechazadas. Si pretenden ser el tipo de musulmanes que Allah ama, deberían observarse a sí mismos, y preguntarse por qué fracasan sus oraciones.”
Muchos creen que esta crítica ortodoxa del wahhabismo contiene una predicción acerca de su caída. “La popularidad del wahhabismo se debe a un sentido de frustración política y social,” dice Ismael del Pozo, un periodista de Andalucía que también ha tenido contactos con wahhabis. “Y si está enraizado en sentimientos políticos, morirá con rapidez cuando sus motivos políticos terminen por fracasar.” Del Pozo señala que en España, los wahhabis norteafricanos que hicieron público su apoyo a los ataques al World Trade Center han callado completamente tras el súbito colapso de los talibán, los importantes aliados de loas wahhabis en Afganistán. La embajada saudí ha estado haciendo llamadas telefónicas a mezquitas y organizaciones, anunciando que su financiación ha sido repentinamente cancelada.
La situación del Cáucaso también ha forzado a muchos antiguos simpatizantes de los wahhabis a preguntarse acerca del fracaso de sus oraciones. En Azerbaiyán, los intentos de atacar al gobierno por parte de pequeños grupos wahhabis, liderados por Mubariz Aliev, han logrado tan sólo que el régimen se torne anti-religioso. Aliev, arrestado en Bakú por el ataque de diciembre de 1998 contra el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, lideraba un grupo que, según se cree, estaba implicado en una serie de amenazas contra ‘el cuartel general de la idolatría’, y que culminaron en 1999 con el asesinato del famoso astrólogo Etibar Yerkin y sus dos hijos. Por ahora, el gobierno de Azerbaiyán ha suprimido el terror wahhabi, pero el precio pagado por musulmanes ordinarios ha sido muy grande: las mezquitas y los periódicos son examinados con creciente desconfianza, amenazando con debilitar la revivificación del Islam entre la minoría sunní de la república, y con lanzar a jóvenes airados a ataques vengativos que no hacen sino provocar una mayor represión gubernamental.
En las repúblicas del Norte del Cáucaso, el wahhabismo es el mayor responsable del fracaso de los esfeurzos por reintroducir la Sharia o Ley islámica, y por presentar un frente musulmán unido contra la ocupación militar rusa. La página web del gobierno de Chechenia en el exilio, www.amina.com, identifica la expansión del wahhabismo como una de las causas más importantes de la caída, hace dos años, de la independiente Chechenia.
El ascenso del wahhabismo en esta región, devastada por siete décadas de ateísmo oficial, data usualmente de 1991, con el establecimiento de la madrasa El-Hikma en la ciudad de Kizilyut, en el Dagestán. Su director Bagauddin Kebedov, aceptó fondos y asesoramiento de dos organizaciones wahhabis, Al-Haramain y Al-Igase. Aunque ninguno de estos grupos defendía la revolución armada, las creencias que estimularon condujeron a algunos de los 700 estudiantes de la madrasa a declarar que los musulmanes caucasianos normales eran apóstatas (murtad). Cuando Kebedov partió para Chechenia en 1998 y su sucesor, un wahhabi relativamente moderado llamado Ahmad-Qadi Ajtaev murió al año siguiente, tuvo lugar una súbita radicalización. Bajo el liderazgo del soldado wahhabi saudí Abd el-Rahman Hattab y su socio checheno Shamil Basayev, los wahhabis locales atacaron las comisarías de policía y las mezquitas tradicionales sunníes del Dagestán. La revuelta fue rápidamente aplastada, pero trajo como consecuencia una creciente dependencia de las fuerzas rusas por parte del Dagestán, así como la huida de Chechenia de los líderes wahhabis.
En aquel tiempo, el presidente checheno Aslan Maskadov lideraba una nación chechena completamente independiente. Arabia Saudí, temerosa de provocar la ira de Moscú, se había negado a reconocerla (aun cuando el diminuto pero evidentemente más arrojado estado de Estonia lo había reconocido sin dudar). Tal vez a causa de la política saudí, Mashkadov adoptó una línea marcadamente anti-wahhabi. En 1998, al anunciar el éxito de la Guardia Nacional chechena en repeler un ataque de wahhabis en la ciudad de Gudermes, anunció que “el liderazgo checheno tiene fuerza suficiente para detener la expansión en Chechenia de la perniciosa doctrina anti-islámica de los wahhabis.” Añadió que “las formaciones militares de orientación wahhabi serán desarmadas y desmanteladas. Los cabecillas e ideólogos de estos movimientos serán perseguidos legalmente. Antes de permitírseles partir, deberán hacer frente a un tribunal de la Sharia y ser castigados por su intento de provocar una guerra civil en Chechenia.”
La incursión de los soldados de Basayev en Agosto de 1999 dio lugar a la guerra que el común de los chechenos había temido tanto. Según la página web oficial de Chechenia, “A lo largo de todo aquel verano, la gente sabía que se estaban reclutando a muchachos de las áreas wahhabis. Cualquiera podía ver que, si los comandos empezaban a causar problemas en el Dagestán, habría una nueva guerra con Rusia. Así que los líderes de los clanes acudieron a Shamel Basayev y le pidieron que abandonara su plan. Pero él no hizo ningún caso.” La presencia de Hattab era particularmente provocativa. En una entrevista con Greg Myre, de Associated Press, llegó a lanzar amenazas explícitas: “Que Rusia espere nuestras explosiones en sus ciudades. Juro que lo haré.”
La incursión wahhabi trajo consigo, como se temía, una invasión masiva de los rusos. A diferencia de la primera guerra chechena, documentada por Anatol Lieven en su libroChechenia: la tumba del poder soviético, este nuevo conflicto contenía un ingrediente wahhabi significativo. El fracaso era, por tanto, inevitable, y Chechenia está hoy firmemente en manos de Moscú. “La ira local contra los wahhabis,’ dice un comentarista checheno, “es hoy más encendida que nunca.”
Después de la catástrofe en el Cáucaso, Hattab buscó refugio en Afganistán, donde pudo haber muerto en la reciente lucha por la ciudad norteña de Kunduz. En Kunduz también murió Yuma Namangani, líder del Movimiento Islámico wahhabi de Uzbekistán. Namangani saltó a la fama durante los vernaos de 1999 y 2000, cuando sus soldados invadieron áreas remotas de Uzbekistán y Tayikistán, estableciendo un pequeño campamento utópico wahhabi en la región de Tavildere, cerca de la capital tayika de Dushanbe. Después de su incursión en Kirguistán, el alcalde de la ciudad de Osh, que había sido saqueada por las fuerzas wahhabis, observó: “No puedo decir que no haya problemas. Los wahhabis se mantienen muy activos entre los jóvenes, que saben poco acerca del Islam.” En Tayikistán, sin embargo, el gobierno diezmó pacíficamente las filas de los partidarios de Namangani, cuando el Tribunal Supremo legalizó los partidos islámicos de oposición. Más de la mitad de los antiguos activistas de Namangani aceptaron una amistía y eligieron carreras en el ejército o la policía. La última formación rebelde significativa, que contaba con 800 hombres bajo el mando de Mirza Ziaev fue completamente integrada dentro del gobierno tayiko, y el mismo Ziaev fue nombrado ministro de Defensa Civil. Un núcleo duro de soldados fundamentalmente árabes y chechenos permanecieron en las colinas, llamando a todos los que cambiaban de bando ‘apóstatas’ y ‘hermanos de los demonios’.
El fracaso del extremismo en el Cáucaso y en Asia Central ha sido ahora repetido en Afganistán. Jurshiddudin cree que el fracaso de Chechenia refleja con exactitud el fracaso del extremismo en Afganistán. Un gobierno islámico sunní local fue incapaz de impedir que su territorio fuese usado por activistas wahhabis, muchos de ellos venidos de Oriente Medio. “La explicación más obvia del súbito fracaso que siguió,” añade, “es la provocación a estados más poderosos representados por la radicalización y la creciente xenofobia de las poblaciones. Pero la verdadera explicación musulmana es que dondequiera que va esta gente, atraen el rechazo de Allah. Faltan el respeto a los santos, rechazan a los ulema (teólogos, eruditos) Hanafi, atemorizan a mujeres y cristianos e introducen fitna (división) en cada mezquita. En esta situación Allah no ayudará a un estado musulmán. Solo basta con mirar a Argelia. Allah dice que ‘venceréis si sois verdaderos creyentes.’ Necesitan reflexionar sobre este verso.”
Jurshiddudin cree firmemente que los talibán estarían aún en el poder si el Mulá Omar no se hubiera dejado arrastrar a una alianza con los partidarios, fundamentalmente saudíes, de Bin Laden. En este sentido, cita al Mulá Muhammad Jaksar, el anterior viceministro del interior de los talibán, que denunció la política del Mulá Omar tras la caída de Kabul, diciendo: “La personalidad del Mulá Omar cambió en un 95% desde el comienzo del movimiento. No creo que los árabes deban ser perdonados. Fue por culpa de ellos que la aviación americanan vino a Afganistán y bombardeó nuestro país, matando a miles de personas.”
Muchos de los que han comentado la crisis en las principales páginas web musulmanes de habla española parecen subrayar el análisis de Jaksar. La alianza con Bin Laden fue una catástrofe para el pueblo afgano, y un regalo para los amricanos, que ahora se están atrincherando en Uzbekistán y ya están trabajando en un nuevo oleoducto que cruza la región. Algunos incluso echan la culpa de la acusada sequía afgana (que comezó, de forma más acusada, en 1998, el año de la fatwa de Bin Laden defendiendo el asesinato indiscriminado de ciudadanos americanos) a la decisión del Mulá Omar, citando el verso coránico: ‘Si la gente de los pueblos hubiesen creído de verdad, Habríamos vertido sobre ellos bendiciones de los cielos.” Trágicamente, la ‘gente de los pueblos’ y sus gobernantes recibieron bombas en vez de bendiciones.